domingo, mayo 17, 2009

Entierro



Eras valiente en medio de esas cuatro paredes, como cuando me extrañabas por las noches al acostarte y no me extrañabas y encendías la luz y todo seguía igual que antes, como siempre había sido. Pero recordabas en cada pestañear nocturno los besos y los abrazos, los brazos, tus piernas rodeando mis caderas que te golpeaban como el mar golpea las escolleras y tus gemidos se escuchaban igual que las pequeñas notas de un piano desafinado.
Ahora no quieres la memoria de esos días que enterrados, y mi nombre se ha desgajado, mis artilugios se los llevó aquel domingo que me borraste de las hojas de tu diario. Mañana querrás hacer lo de ayer, pero lo de hoy no nunca, me recordarás al desconocerme y querrás que tu rompa el silencio oscuro pero no se repite.
Mientras tanto, queriendo abrir esa puerta, perdía mi tiempo constantemente. En mis ratos libres te evocaba, a veces también a la hora del café, con cada cucharada de azúcar; pero ya no te conocía. Hubiera querido por lo menos acariciar ese tatuaje nuevo en tu espalda baja, besarlo y perderme entre tus muslos de nuevo. Imposible, trataste tanto de olvidarme que un movimiento suicida lo lograste.
Justificarte en mis palabras fue la mejor arma contra mí, ahora ya no reconoces mi nombre ni mi rostro o respondes que te parezco familiar cuando ya ni a eso llego y sólo lo haces por limpiar tu conciencia y para evadir preguntas con respuestas que no tienen nada de agradable. Mejor la distancia.
Olvidar, palabra incómoda.
Tal vez es más fácil ser valiente en cuatro paredes.